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Thursday, August 07, 2008

Ladrones y Ladronzuelas

Una mañana del verano de 1965, mi abuela caminaba rumbo al mercado por las calles de Progreso en la colonia Escandón de la ciudad de México. Recién había cruzado la avenida Patriotismo cuando un tipo, aparentando mucha prisa, se le acercó diciéndole: -Compermiso, compermiso. Mi abuela, que era una mujer grande en muchos aspectos, cogió con fuerza su monedero y así frustró las malas intenciones del presunto ladrón.

Según ella misma me comentó muchos años más tarde, el pobre tipo la miró con ojos de gran tristeza, después sacó de la bolsa del pantalón un pañuelo, se limpió el sudor de la frente y se retiró derrotado. Aún no se había alejado mucho cuando mi abuela notó que al tipo se le había caído algo. -¡Uy ya tiró los centavos!, pensó mi abuela, luego le gritó: -¡Oiga, señor, se le cayeron los centavos!- mientras recogía del suelo una vieja y sucia cartera y se la daba al mismo tipo que minutos antes la había tratado de asaltar.

Tres o cuatro años más tarde en Ensenada, el Sr. Rodríguez, entonces vecino de la avenida 20 de noviembre, descubrió una noche a un ladrón dentro de su casa. Según me contó mi amigo Carlos Parés, el Sr. Rodríguez, quien también era y sigue siendo un gran hombre, tomó con delicadeza al ladronzuelo, lo sentó en una silla y le dijo: -¡Eso está muy mal! Después, le recomendó que buscara el buen camino y si se le hacía difícil encontrarlo pidiera la ayuda de Dios. Tal vez le dio de comer algo y le regaló algunas cosas. Lo despidió con una suave palmada en la espalda.

Ya a principios de los setentas, cuando a mis amigos y a mí la ropa y las chucherías de moda se nos hacían artículos de primera necesidad, una tarde, Ricardo Pérez, quien recién había cumplido dieciséis años, caminaba rumbo a su casa cerca del crucero de las calles nueve y Gastélum, también en Ensenada. Como de costumbre, vestía y calzaba de manera inmejorable: camisa azul cielo de algodón cien por ciento marca arrow o van heusen, pantalones levis, calcetines blancos y unos zapatos florsheim color vino que eran la envidia de todos. Además, llevaba puestos unos lentes circulares tipo John Lennon. Fueron esos lentes los que le gustaron al tipo que lo esperaba con gesto amenazador al final de la cuadra. Ricardo siguió caminando resignado y nunca me pudo explicar por qué no corrió en sentido opuesto. Lo más sensato que logró decirme fue: -¿Por qué iba a correr? Como era obvio, el tipo le pidió las gafas, Ricardo se las quitó, se las dio en la mano y le dijo: -Espera, no te hagas ladrón por tan poca cosa, mejor te las regalo, después añadió cuando ya cada uno se iba por su lado: -Si te agarra la policía diles que yo te las regalé. -Sí, adiós.

Pero lo que verdaderamente quería contar sucedió un poco más tarde, sería 1974 o 1975. De una ciudad del altiplano mexicano, llegó a Ensenada para estudiar Ciencias Marinas un compañero de quien no recuerdo ni su nombre, ni cuándo dejó los estudios. Recuerdo, eso sí, dos cosa de él muy claramente, era muy simpático y muy pobre. Creo que se llamaba Alberto. Vivía en una colonia lejos del centro de la ciudad, en el cuarto de arriba de la casa de una amiga de su mamá. En la parte de abajo la señora tenía una tienda de abarrotes además de su vivienda. Ahí lo fuimos a buscar una vez Arturo Lelevier, mi hermano Luis y yo un sábado en el que buscábamos en un deshuesadero de automóviles cercano una parte para mi carro. Lo encontramos sentado atrás del mostrador con un libro de análisis vectorial sobre el regazo. (Ahora me pongo a pensar que él tal vez pagara su hospedaje ayudando en la tienda). Platicamos un poco sobre las tareas de la escuela mientras bebíamos una soda anaranjada famosa por ser muy dulce. En eso estábamos, cuando un niño entró a la tienda y de un frutero lleno de moscas tomó una sola uva y salió rápidamente. Entraron otros clientes y Alberto despachó un litro de leche, pan dulce y unas latas de salsa de tomate valvita. Seguimos platicando cuando el niño volvió a entrar y, esta vez, nuestro amigo nos dijo: -Permítanme un segundo por favor, mientras brincaba con agilidad el mostrador para atrapar al pequeño ladrón de uvas. -Así te quería agarrar, malvado, dijo Alberto levantado al chamaco en vilo. -Ahorita vas a ver lo que les hacemos aquí a los ladrones; después llamó a la dueña de la tienda y le anunció la captura del ladrón. -Tráemelo aquí, dijo la señora mientras advertía al niño: -Te vas a tener que comer un tamal de elote bien caliente. -Con leche fría, para que te duelan los dientes- añadió Alberto. El niño, sentado en la mesa sin que se le quitara por completo el miedo, empezó a comer y después dijo con una inocencia digna del mejor de los ángeles: -No está caliente. La señora y Alberto, mirándolo con ojos amenazadores, le dijeron: -Ah, no, pues entonces te vas a comer uno de carne con chile verde, bien picoso. Después de lo cual ya no pudimos contener la risa.

En el siguiente poema, el autor escoge la metáfora del robo frustrado de una flor para describir su amor no correspondido por una mujer llamada Rosalbina, quien también podría llamarse Rosalba.

Vi una hermosa blanca rosa
y la quise tomar para mí
pero antes de hacer tal cosa
ella me dijo no soy para ti

Antiguamente había unas botellitas de cuerpo esférico perforado y cuello delgado y largo, que se utilizaban para regar flores y cosas así, y que funcionaban sumergiéndolas en el agua controlando su carga y descarga con el dedo pulgar sobre la boca del cuello, se llamaban clepsidras, es decir ladronas de agua.

Para terminar, hay mujeres de tal belleza y simpatía que aún sin quererlo se roban los corazones de los hombres, de modo que bien se les puede llamar cardiocleptómanas.

1 comment:

Yad said...

Muy entretenido, me gusto, muy pocos tenemos muchos talentos!!!